jueves, 5 de junio de 2008

Puntos de vista...

Lo campesinos de la edad media, que por lo general vivían a la orilla de los bosques, cocinaban con carbón vegetal porque era el combustible que tenían más a mano. Hoy en día, después de tantos años de progreso, los restaurantes “mas fichos”, los que te cobran 80 soles el solo hecho de sentarte y pedir un tenedor y cuchillo, si… esos que te cobran solo por la excelencia de su comida, emplean también carbón vegetal. Así nosotros tenemos por lujo lo que para nuestros antepasados mas pobres fue lo mas corriente.

La mujer primitiva se vestía con las pieles de los animales que su compañero mataba para comer. Hoy día los maridos complacientes se desviven y se esclavizan por adquirir lo que sus antepasados daban con indiferencia a sus mujeres.

Y… ¿Qué hace el hombre moderno cuando tiene un rato de ocio? Se va de pesca o de caza, a veces haciendo un enorme gasto, después de haber viajado quizás muchos kilómetros. El hombre primitivo, por su parte, lo hacia porque si y, después de tener bien surtida la cueva, se tendía a descansar. Según todo esto… ¿Se estarán riendo de nosotros nuestros antepasados?

En una ocasión asistí a una exposición de pintura china y oí a una de las visitantes decirle al pintor que ella deseaba comprar uno de los cuadros: un parajito posado sobre una rama desnuda. Le explicaba, sin embargo, que consideraba muy vacía la pintura y le insinuaba que agregara otras ramas y algunas hojas.
-Si hiciera eso- repuso el pintor –el pájaro no tendría campo para volar.

No son solo los pájaros los que necesitan espacio para volar. El espacio nos proporciona un sentimiento de libertad y tranquilidad, en tanto que una habitación atestada de muebles y adornos no se presta ni para el trabajo ni para el descanso. La importancia del espacio vació se aplica no solamente a nuestros alrededores. Sobre todo, para proyectar nuestras actividades es indispensable que evitemos llenar cada momento. En el tiempo también necesitamos espacio para movernos.

Cuando nos encontramos con alguna persona que de verdad se ha distinguido en la vida social, rara vez le oímos decir: “Jamás dispongo de un rato libre”. Los que han tenido éxito en la vida saben muy bien que se lo deben a las muchas horas que, distraídas de los quehaceres cotidianos, destinaron al cabal desarrollo de la personalidad y al servicio y consuelo de sus semejantes.

Hay una escuela de psiquiatría según la cual “estallar en cólera” es como abrir una válvula de escape para algo novicio. Este punto de vista lo sustentan principalmente los psiquiatras propensos a tales estallidos. No hay nada de cierto en ello. La demostración de ira no conduce a nada bueno; con ella solo se logra inculcar más firmemente el hábito para el próximo estallido. Los niños montan en cólera a menudo. El adulto que se siente impelido a hacerlo, es infantil.

Toda época tiene su epidemia de pánico. Solo que, para poder impresionar a la humanidad cada epidemia debe ser mayor que la precedente. Hoy cunde enorme pánico debido a las grandes bombas esparcidas por el mundo. En otros tiempos la gente se alborotaba lo mismo por la pólvora.

Quizás dormiríamos mejor si leyéramos más de los pensamientos eternos de los grandes pensadores y filósofos de antaño. El poeta James Russell Lowell escribió una vez: “Dios es mi gran consuelo. Creo que a veces lo hacemos reír mucho, pero que con todo nos ama, y que El no nos dejaría jugar con la caja de fósforos con el descuido con que lo permite si no supiera que su universo esta a prueba de incendios”

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