domingo, 9 de septiembre de 2007

Jorge Luis Borges

“La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido.”

Después de no menos de tres meses de actividad en este blog, escribiré acerca del mejor escritor que haya leído en mi vida. Solo equiparable a Nietzsche o Baudelaire (opiniones subjetivas claro está) Jorge Luis Borges representa todo un mundo nuevo; o debería decir muchos mundos nuevos. Pues esa es una función importante en la literatura: además de hacerte ver la realidad, también es valiosa cuando te proyecta hacia nuevos horizontes, tan lejanos que nunca pudimos imaginar que existiesen, ni siquiera en la cabeza de un hombre tan genial como fue este argentino.

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo nació en 1899 en tierras gauchas. Desde chico habló español e inglés en su hogar, y posteriormente aprendería en Europa el francés y el alemán. Fue cuentista, poeta y ensayista desde muy joven. Trabajó también en El Sur la más importante publicación literaria de Argentina. Es aquí donde conocería a Adolfo Bioy Casares, también literato argentino, gran colaborador y amigo de toda la vida, así como a Macedonio Fernández, mentor y gran influencia para él.

En 1938 pierde a su padre, lo que significa un gran golpe para él por la estrecha relación que llevaban. Siempre tuvo cerca de mujeres, comenzando con Leonor Acevedo, su madre, hasta María Kodama, quien lo acompañaría hasta el día de su muerte. Sin embargo, como él mismo afirma, cometió el peor pecado que puede cometer un hombre: no ser feliz.

II
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna


y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

La ceguera lo acompañó gran parte de su vida y tal vez haya sido una de las razones que lo convirtieron en un visionario magistral. Lo que no puedo ver fuera, en el mundo, lo vio dentro de sí, en una sucesión de mágicos e inextricables laberintos, multiplicados por espejos que los hacen infinitos, como un libro sin principio ni fin. Así fue la literatura de Borges, fronteriza entre lo fantástico y lo más común de nuestra realidad. Uno nunca sabe donde está y en ese dilema radica su genialidad.

“El infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto.”

Sus vastos conocimientos de mitología, filosofía y de literatura universal fueron los cimientos de sus espectaculares relatos: conocía con profundidad a Homero, Dante, Cervantes, Hume, Schopenhauer, Poe y tantos otros que confluyen en su obra. “Ficciones”, “El Aleph”, “El libro de arena” destacan entre su serie de relatos cortos, que nunca extendió a novelas por su ‘incorregible holgazanería’.

Fue uno sólo y perdurará en el recuerdo de todos aquellos que amen la literatura, el arte y la cultura en general. Alguna vez dijo: La paternidad y los espejos son abominables porque multiplican el número de los hombres.” Nada más cierto; pero él, fue una honrosa excepción.



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