Diversas pruebas que el destino (el inexistente destino) nos pone a lo largo de nuestro correr dentro del mundo hacen que uno se cuestione algunas actitudes de la gente. Muchas veces tratamos de actuar de manera benévola o condescendiente; muchas otras buscamos el ostracismo absoluto para evitar el contacto; y otras tantas deseamos pasar por encima de quien busque interponerse en nuestro camino.
Estas son conductas innegables del ser humano, propias de su ambivalencia en el marco de las relaciones humanas; y no sólo en el bagaje social, sino también en sus conflictos internos. No obstante, el punto es el siguiente: ¿Debemos resistir la hostigante represión que algunos grupos aplican a otros? ¿Qué ocurre cuando el prójimo afecta tu desarrollo libre e íntegro? ¿Qué ocurre cuando se pone en juego tu propio avance, por culpa de rémoras que cruzan tu camino e impiden la limpia marcha hacia el progreso?
Todas estas reflexiones surgen a partir de situaciones, podemos decir nimias, pero que afectan de sobremanera nuestra integridad. Una vez más se recurre a la vieja historia que contaba el abuelo sobre el perro del hortelano: aquel que no come ni deja comer. Y otra vez nos sirve para referirnos a la filosofía del gran Friedrich Nietzsche y su concepto del superhombre y su desarrollo. Para muestra un botón:
“…Lo esencial en una aristocracia buena y sana es, sin embargo, que no se sienta a sí misma como función (ya de la realeza, ya de la comunidad), sino como sentido y como suprema justificación de éstas, - que acepte, por lo tanto, con buena conciencia el sacrificio de un sinnúmero de hombres, los cuales, por causa de ella, tienen que ser rebajados y disminuidos hasta convertirse en hombres incompletos, en esclavos, en instrumentos. Su creencia fundamental tiene que ser cabalmente la de que a la sociedad no le es lícito existir para sí misma, sino sólo como infraestructura y andamiaje, apoyándose sobre los cuales sea capaz una especie selecta de seres de elevarse hacia su tarea superior y, en general, hacia un ser superior: a semejanza de esas plantas trepadoras de Java, ávidas de sol - se las llama sipó matador -, las cuales estrechan con sus brazos una encina todo el tiempo necesario y todas las veces necesarias hasta que, finalmente, muy por encima de ella, pero apoyadas en ella, pueden desplegar su corona a plena luz y exhibir su felicidad.” (Más allá del bien y del mal. Aforismo 258)
Quizá sea apresurado, drástico o hitleriano tomar al pie de la letra las recomendaciones del pensador, sin embargo, esto debe ser un llamado a la conciencia de aquellos que (al parecer) disfrutan y se regodean en la mediocre labor de trabarle el paso a los demás y cumplir su ignominiosa labor de óbices de la naturaleza. Si su objetivo no es el horizonte, sino el umbroso pasado, se debería dejar el campo libre a los que buscamos avanzar.
Estimado lector, saque usted sus propias conclusiones.
3 comentarios:
lo triste del asunto es que los mediocres somos mayoría. Así fue, es y será per secula seculorum. La conciencia es supremamente irrisoria. je je.
lo triste del asunto es que los mediocres somos mayoría. Así fue, es y será per secula seculorum. La conciencia es supremamente irrisoria. je je.
Interesante sipó matador,todo lo que envuelve ,genial reflexión ,que permitira accionar al hombre en su estadio actual
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