miércoles, 4 de julio de 2007

La maldición de los profetas

Cualquier parecido con la realidad, no seria mas que una repudiable maldición, allí seria logico temer.



Entre borrones se iban dibujando siluetas de nublosas figuras, como recién siendo creadas, tomaban sentido diversas y peculiares formas de seres incomprendidos a mi concepción, sentía duda y aburrimiento a la vez, de mi sueño fugaz había sido despertado por el sonoro amanecer de la cruda ciudad la cual se alzaba monstruosa antes mis ojos.
Vi mis arrugadas manos, a una de ellas le faltaba un dedo, el meñique para no errar de inexacto, solté una bocanada de aire, señal de frustración (como si hubiera estado esperando algo que cambiara y no hubiese pasado), me senté y me rasque mi grisáceo y grasoso cabello, empecé a buscar algo en mi vieja de casaca, un plátano fue lo que encontré, un plátano mi desayuno será, mientras degustaba aquel divino manjar, que sabia a la gloria de aquello ganado con el esfuerzo propio y el sufrimiento de otros, observaba a los entes que osaban caminar por los lindes de mi territorio, una señora de inmensas proporciones corría por un lado de la acera, de su brazo colgaba un cable que finalizaba en su par de orejas, parecía una especie de batería que le daba energías, un motor que movía semejante bestia, en dirección contraria caminaba un larguirucho hombre enternado con lentes y un maletín negro (sentí miedo y a la vez nostalgia) con la mirada perdida en miles de hojas dibujadas de jeroglíficos de alguna cultura antigua (lo se por que logre alcanzar uno de aquellas hojas que por casualidad o tal vez causalidad cayo a la acera) extrañamente todos aquellos individuos me eran familiares, me paré de mi cómoda estancia y recogí un par de pelotas que reposaban a mi costado, justo en el instante en el que un dorado aparato amarillo, asemejando a una especia de faro de tres luces salidas de tres ventanas ovales colgando de un bastón inmenso del mismo color apagó la verdusca y esperanzadora luz que había estado emanando de una de sus ventanas , y una luz roja enceguecedora abrió fuego contra los ojos de los transeúntes, usualmente eso me hubiera admirado pero la monotonía había aplacado mi curiosidad (eso es la explicación que mi cerebro me estaba dando), empecé a jugar con las pelotas lanzándolas al aire dibujando miles de pintorescos personajes con el movimiento de estas, contaba historias con estas pantomimas, la leyenda del rey Arturo y como este elimino al terrible dragón de las cuevas de las tierras altas de North Webell, utilizaba gesticulaciones para dar a conocer las emociones de los espectadores de aquélla heroica hazaña de tiempos antiguos, acabe mi historia y como esperando una ovación me incline y salude cortésmente, mi ovación no fue tan bulliciosa como esperaba; aunque sea recibí 3 o 4 gritos de admiración (lo que si no me gustaba es que no los proferían ellos sino sus medios de movilización, mas dependientes no podían ser) me acerque a cada uno de aquellos jinetes pidiendo (exigiendo mas bien) una retribución por mi actuación, algunos ingratos osaban darme solo dos monedas, otros ignorantes, no me daban nada mas que miradas denotando que no habían entendido lo magistral de mi actuación, y unos terceros tal vez los mas cuerdos me ignoraban, aunque sea aceptaban su ignorancia y su condición de inferiores y por lo tanto no cruzaban miradas conmigo, no se sentían lo suficientemente puros.
La noche cayo y yo envuelto en un torbellino confuso de sentimientos, ideas y perversiones, acalladas un poco por el hambre, el frio se iba dejando notar y al mismo tiempo daba a conocer la llegada de la madrugada, fue en eso cuando note a un muchacho, que también me resultaba muy familiar, tal vez mas que los otros, caminar lento y torpemente por la acera , se iba acercando hacia mi, en pasos lentos y muy torpes, luego empezó a cojear, distinguí un puñal clavado en su estomago, el joven cayo a solo unos pasos míos, me acerque (motivado mas por la codicia y una extraña euforia que la curiosidad) y lo voltee para ver si tenia algo de valor, sus negros ojos inertes miraban a la luna, hurte dos anillos suyos, uno de los cuales tenia una extraña inscripción, note sus uñas pintadas de negro y tuve una sensación de repugnancia, por ultimo retire el puñal de su estomago y por primera vez escuche mi áspera voz, mi horrible y cruda voz diciendo “Y se hizo justicia”
Me levante asustado de mi litera, sudando empecé a tocar mi cuerpo buscando hendiduras, no tenia ni un puñal ni ninguna herida en mi torso, me incorpore muy afectado con un completo sentimiento de inseguridad, tal cual comparable como el mártir que espera la hora de su ejecución y que nunca deseo ser mártir en lo absoluto, mire el anillo de mi mano derecha, el regalo de mi madre, mi mas preciada posesión, la inscripción “Madeleine” invadiendo su dorada forma, avancé unos pasos hacia la ventana y las abrí de un solo impulso, con un colérico impulso forzado por la desesperación y la resignación, y fue allí cuando se me helo el cuerpo y el miedo que ya existía en mi interior tomo posesión de mi pobre y frágil alma, pues ante mi daba la calle, al medio de esta se encontraba un pequeño parque, y en el centro de este un hombre de cabello gris jugueteaba con un par de pelotas, mirando fijamente a mi ventana, me sonrió y saludo con su mano sin meñique, y ahora con esa mueca… sigue ahí esperando, esperando a que yo escape a mi locura y ose salir, pero espera en vano, porque yo morí …. Morí como profeta que no pudo soportar su bendición o maldición enviada por los cielos, en una mezcla de sensaciones, algunas ajenas a lo soportable por lo humano y por lo tanto indescriptibles, yo morí, y ahora me resigno a vivir en mis sueños, donde soy: un brillante actor, un curioso vagabundo, un mendigo justiciero, verdugo de mi mismo.

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