martes, 3 de julio de 2007

Ensayo sobre la dignidad del paraguas

“El hombre, el de barbita mefistofélica aquel que sabia sobre la dignidad del paraguas… Ahora esta loco ¿Sabia que se volvió loco?”

Don Ovidio del Monte era conocido en el barrio, había adquirido cierto respeto en los cafés y esquinas de reunión confidencial de un barrio al sur – lejos posiblemente de su imaginación, señor lector- El acudía siempre a las reuniones que honorariamente presidía; pues era un hombre critico, acido en sus apreciaciones, crudo también en sus ensayos; un calificativo diferente adquiría con aquellos hombres de mal vivir decían “Oye, ese creo que esta loco”, sus testimonios a veces de filosofía barata, cobraban interés en aquella gente de irrisorio nivel cultural, que lo aclamaban como Don Ovidio de Monte “el hombre mas sensible de la humanidad…” El lugar era al sur de un país lejano, el pueblo; San Jerónimo, ciudad de los espíritus solitarios.

Joaquín Pastor dueño de un burdel y de los bares de mal vivir miraba diariamente desde el portón fumando un puro; en aquel lugar se juntaban vagabundos, ladrones, maricas, torteros, timadores, uno que otro anzuelo, esa espécimen llamada piraña, cafichos y toda la gente de índole subterráneo, solo para observar de a lo lejos las reuniones que se llevaban a cabo en el café de al frente, había momentos en que Ovidio del Monte salía de su tema de interese común – eran las domesticas propuestas de recuperación de la ciudad de aquella porquería llamada basura, aquellas sugerencias dedicadas al Alcalde del pueblo, era también el puñal de fuego para Don Joaquín y compañía…

Argüía la labor especifica de cada cosa, como hecho de respeto digno y “puro”, amable como el decía, refería a la “Dignidad Profesional”, al hecho de respeta el uso adecuado de los objetos en sus quehaceres, sus sermones duraban mas de una hora; habían algunos opositores como es lógico, aquellos oradores que llegan a desgastarse mas o menos en horas en que el sol se oculta, para luego cerrar el día mas o menos pesado con los tragos, embalsamándose de coñac, algo inevitable en este pueblito – donde imagínese no había corriente eléctrica – Ovidio del Monte decía siempre en cada tertulia, ¡Ah, cuidadito de tratar mal las cosas! , ¡Casa cosa tiene su sensibilidad y sufre si es maltratada…! ¡Vaya si sufre! – repetía a cada instante, con una sonrisa cada vez mas menguante – y si alguien, incrédulo preguntaba; ¿Y por que sufren las cosas Don Ovidio?, aquí estaba, de inmediato, la enérgica respuesta que era el principio de la amenaza de un gran discurso.

-¡Pero hombre, que pregunta es esa!, las cosas al tener sensibilidad, sufren si ven ultrajada su dignidad.
-¿Qué dignidad?
-¡Su dignidad profesional, señor ¿Usted es de los que no creen en la dignidad profesional?, un corto ejemplo y se convencerá de mi afirmación…
-¡Escuche y cuando le ordene, responda…
-Ud, tiene un perrito a quien aprecia mucho, un perro con el que juega al volver del trabajo cansado, mientras su buena mujercita le ofrece mate y le da instrucciones de necesaria economía domestica. Ud acariciando la suave piel del cachorro, soporta dos horas de concejos, ¡feliz compañía la del perrito! ¿No es así?
Pero un día, ese perrito confidente se enferma, y ante el temor de que se muera, Ud. Pensando en la terrible soledad que le espera – quiere salvarlo -. El deber suyo es hacer ver a su perrito con un veterinario, ahora supongamos que Ud. Se presenta con el perrito en el consultorio de un dermatólogo, ¿Qué dirá ese medico?, ¿Se reiría? ¿Lo insultara? Responda:

-¡Seria una locura!
-¡Si amigos, si… una locura, Ud. Lo ha dicho, el medico al ver ultrajada su dignidad profesional, erraría expulsándole a punta de patadas en compañía de su perro.
-¿Ha comprendido, ahora, que es la dignidad profesional?, ¡Pues igual sucede con las cosas!, una jarra tiene su sensibilidad. Esa jarra al ser jarra, tiene en si su profesión, úsela sin ultrajar su dignidad profesional, y ella no sufrirá. ¡Pero no pretenda hacer de una jarra, una maceta!
¡Eso nunca…!

-¡Hay que respetar la “Dignidad de cada cosa!”

La simple palabra “cosa”, adquiría en boca de Don Ovidio, un valor sobrenatural. Decía “una cosa”, “aquella cosa”… con el mismo calor de espíritu ansioso con que alguna mujer dice: “este perrito”, “aquel automóvil…”. –Esto mi querido señor lector, es el comienzo de un posible conflicto eterno-

Ovidio del Monte cerraba las noches a partir de las diez y once, encerrándose en su cuartucho aledaño al brillar donde casi siempre se escuchaba los griteríos y risas oblongas que se disipan por todo aquel escurridizo ambiente. En su balcón-ventana el ve las calles, las luciérnagas espantarse, los farolillos prenderse y apagarse, con un mutis producto de la llegada de algún Dios cósmico, sus aliados y demás estrellas fugaces, de allí el ve las calles, las carretillas de comida barata estar quietas, estáticas, como si fueran parte de la estructura ósea de la ciudad y luego los centenares de cabezas esquivarse unas con otras como hormigas obreras, desde allí Ovidio del Monte sabe que puede ver la luna y las estrellas perderse en ese abismo violáceo que se oculta inevitablemente en el infinito.

Cierto día Ovidio del Monte discutía con Joaquín Pastor – Ahora imagínese señor lector, decir que Joaquín Pastor se trataba de un hombre obeso, sin afeitarse mostrando en todo momento el agujero embrionario y siempre sobandose la barbilla en pose de desafío y el otro, un anciano de barbita blanquinosa, bien delineada, casi elegante, con su terno oscuro, su reloj de mampostería y algunos flecos de tul en las muñecas siempre apoyándose en su bastón, dando sorbos al café caliente -

-¿Acaso no soporta que su sirvienta, utilice su copa de cristal con la que Ud. Generalmente bebe alcohol todo los días, para colocar en ella cuantas flores marchitas le placas?
-¡Mi sirvienta no es tan entupida! – replico el hombre oblongo-
-¿Y Ud.? – Contesto Don Ovidio
-¿Y Ud…?¿Que? – replico de nuevo el hombre oblongo-.
-¿Qué… todavía? Je je –sonrió desafiante-
¡Entonces porque mierda utiliza ese caserón de la congregación de las madres “Esclavas de Dios”. Para convertirlo ante la oposición de todo el pueblo, en un asqueroso burdel!.
-Mire viejo loco, Ud anda pregonando cojudeces a todos los del pueblo!.

-¡Les enseño a ser cultos y respetuosos! ¡Basura inmunda! – contesto cortante y casi convulsionado el anciano de barbita mefistofélica-.

Ovidio del Monte olvido de pronto el tema de conversación y respiro profundo, al instante, para recordar que esto sucedía siempre, que no era la primera vez que discutía con gente de mal vivir y mas aun con Joaquín Pastor –ser al cual odiaba terriblemente-. Y se sabia que Ovidio del Monte había fracasado ya tiempo atrás en el trabajo de abogado que su padre algún día le habla confiado, siendo el un notable bachiller y hombre honorable que en su desesperación perdió su tiempo, haciendo estudios sobre temas idealistas, leyes de alto contenido moral y humanista, su sensibilidad lo llevo poco a poco a perder los estribos- cada vez tenemos q ser mas perfectos decía el- y en su perfección exageraba en muchos aspectos, hasta llegar a esa cuestionada teoría de la dignidad profesional, dando sus discursos a los mas pobres y abogando porillos, por los desamparados, por los hombres de espíritu leve, pero de buena voluntad…

Ahora solo recordaba que ese tiempo desperdiciado pudo aprovecharlo en impedir gloriosamente que se instale un burdel en un lugar de Dios, ¡Claro, por otras instancias, quizás como un verdadero magistrado y no un simple bachiller con dotes empíricos y esa capacidad persuasiva, envidiable…

-¡Vamos Don Ovidio no desperdicie su oratoria inteligente, olvídelo, véalo de otro modo!
-¡No jamás, seguiré insultando, diciendo felonías a esos inmorales, seguiré gritando esta injusticia…! ¡Nadie frenara lo que ya empecé, ni siquiera ese ser diabólico de Joaquín Pastor!

Aquellos que conocen a Ovidio del Monte, saben que después termina solo, torturado, desesperanzado, implicando su soledad con estos problemas, ¡No solo es la injusticia que comete ese señor, sino también mi propia soledad, que me aletarga cada segundo que pasa, ¡Como será! ¿Me volveré loco? ¡Caray Don Ovidio como puede pensar Ud. eso – vaya si no pareciera - ¡Pero hijo, esta bien defender la póstuma imagen de un convento, pero defender la dignidad de una jarra o la de un vaso…! ¡Es una locura!, creo que estoy perdiendo los estribos…

Don Ovidio recordaba todo eso…

Dicen algunos que había pisado el “Espacio vacío” de la locura, y que sus alteraciones ahora culminaban en golpes y gritos deshonestos, insultos que no solo cargaban injurias, sino maldiciones para ese tal Pastor –Tenia que agarrarlo señor lector, detenerlo a como de lugar- que por cierto los que lo escuchaban, no eran personas pudientes ni parroquianos honorables que escuchaban sus gritos de espasmo, sino mas bien, alcohólicos; que atendían su discurso dando sorbos a las diferentes ganas de trago mezquino, también había gente de perfil bajo, que no conocían el alcohol pero si conocían bastante a Ovidio del Monte, conocían lo que el decía; ¡Que aquel burdel de al frente debía ser incendiado por la voluntad general de todos los habitantes del pueblo!, lo conocían bastante por que Joaquín Pastor lo odiaba y sabia que esto empezaba con palabras cordiales, hipócritas, entre estos dos personajes para que luego llegaban al infierno, tocando todo tipo de argumentos, en insultos y peleas desquiciadas hasta la noche, ya cuando el sol se disipa en el horizonte, traspasando inquebrantable las franjas anaranjadas –justo cuando solo se escuchaban las botellas tintinear en la berma y los borrachos cogerse entre ellos para hacer su danza de frustrados- mas allá, la una prende el incienso de la noche, sin Ovidio ni Joaquín –ambos muertos- ella recorre el espacio oscuro con sus aliados, con las estrellas aduladoras de su belleza, con los satélites mórbidos de amor todo en aquella cortina oscura, enorme, de un escenario infinitamente complejo…

Luego uno ser entera que el tiempo es villano en los programas de TV. –en los cuentos también- en las vidas ajenas y en los personajes polémicos; El tiempo circula como circulan también las aves de rapiña o los albatros del ártico de este a oeste y los mas agresivos y resistentes de sur al norte, ellos serian testigos quizás de otros conflictos en otros pueblos, en otras épocas, distintos a San Jerónimo- donde su ubicación aun no esta del todo claro- pero también son testigos de lo que pasa en este pueblito ficticio otras gentes, que emigran a otro pueblos también incógnitos llevándose recuerdos gratos e ingratos también, y cuando pasa esto, el tiempo también cambia… Las hojas caen a montones, por que el verano ardiente dio paso al otoño de las hierbas humedecidas y de los naranjos frescos, hasta el invierno de noches tórridas, en un pueblo que se llama San Jerónimo y donde los habitantes tienen alma vacía y el corazón cada vez mas solitario…

Inusitadamente algo difícil de creer había sucedido. Ovidio del Monte hacia una semana que no se aparecía en el café de costumbre, frente al burdel de Joaquín, ni en la esquina del barrio, ni a la vuelta en la carnicería de la Chepa, ni en el consorcio, ni en el teatro, ni en la plaza de los sueños.

Sus seguidores preocupados bebían con más frecuencia ante la ausencia, ¡Dios nos diga, donde diablos estará metido Don Ovidio! ¡Caray, si que nos hace falta sus charlitas! ¡Salud!, y las reuniones interesadas culminaban siempre en desastrosas borracheras, tan inmediatas como ninguna, desesperanzados los hombres miraban y revisaban detenidamente hasta en los desagües y basureros ¡Dios nos libre, capaz se le encuentra a Don Ovidio en estos lugares avernos!, pensando por ultimo que Don Ovidio del Monte, aquel anciano de barbita mefistofélica, estaba loco…

Hasta que por fin cierto día, no tan agradable por cierto, debido a una intensa lluvia de invierno que sufriría el pueblo. Apareció el hombre magistral, el caballero ilustre con su típico caminar de balanceo incomodo, estaba delgado, lucia descuidado, anémico, hoy era distinto parecía unos alambres mal formados donde en el colocasen un trapo viejo, sucio, formando cordilleras en su ropaje. Al recibir el efusivo saludo de los amigos seguidores, levanto sus brazos que pedían atención y dijo luego, cortante:

-¡Vengo de paso, no se asombren, desde hace una semana vivo en el manicomio, entregado a un estudio sobre la “Dignidad del paraguas”
-¿En el manicomio Don Ovidio?
-¡Si amigos míos, en el manicomio, allí en compañía de un joven genial, -¡Que animales los médicos, decir que ese genio es un loco- preparamos sorpresas grandes para la humanidad, durante el mes entrante daremos una serie de conferencias en el congreso, la primera se titulara así; “Historia y defensa de la dignidad del paraguas”, la parte histórica estará a cargo de mi compañero, el hablara del uso religioso que el paraguas tuvo en las Indias, Persia y Egipto, recordara que también sirvió para proteger la libertad del amor y lo que al respecto dijeron Aristofanes y Anacronte…

“Defendiendo la dignidad del paraguas habremos defendido la dignidad del hombre…”

Y sin decir una palabra mas, se fue haciendo una breve reverencia… después los seguidores y amigos dijeron estupefactos:
-¡Don Ovidio esta loco! ¡Mire que irse a vivir al manicomio, no lo hace cualquiera! ¡Que le habrá sucedido!, todos se miraron indignados y comenzaron a mencionar su nombre en voz alta, todos efusivos, llamando la atención de los demás y así el tumulto, arengaba su nombre a una sola voz, ¡Ovidio! ¡Ovidio! ¡Que viva Don Ovidio! ¡El debe seguir con nosotros!
De inmediato aquellos alcohólicos empedernidos dejaron por instantes las botellas de coñac y se unieron para lanzar protestas e insultos a Joaquín a quien lo señalaban como culpable de lo sucedido; ¡Joaquín inmundo! ¡Ud. es el culpable de su locura! Muerte al culpable, los seguidores alterados fueron de inmediato a sacar a golpes a Joaquín, ¡Démosle un castigo ejemplar! ¡El es el culpable de su locura! ¡El es el miserable que lo volvió loco! –Pero como era de suponerse, Joaquín Pastor dueño del burdel que lleva su nombre ya los esperaba con varias sorpresas- contarles lo que sigue creo que no es dable – ese día los seguidores de Don Ovidio dejaron de serlo y ahora tenían un nuevo ídolo de barro (Ese día la borrachera fue mas aun desastrosa e impúdica)…

Dos días después de la visita de Don Ovidio, hasta el café de la tertulia llego la noticia de que Don Ovidio del Monte, había sido ahorcado por el joven genial, todo por que según declaraciones del loco asesino, le molestaba terriblemente sus charlas de moralidad incipiente y la “Dignidad de las cosas”.

“De esto solo me queda decir dos cosas como autor, si Ud. me lo permite señor lector; la primera es que muchas veces el hombre cuando llega a la cúspide de una verdadera espiritualidad, también ingresa a aquel encendido mundo nebuloso de la locura, siendo muy difícil salir de ella ¿no es así?, Y la segunda es posiblemente la mas difícil de mencionarla… y es que un loco incipiente y proscrito como yo solo redacta misivas como estas…”

1 comentario:

Renzo Rodríguez Toro dijo...

"La verdadera locura quizas no sea otra cosa que la sabiduria misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca" Heinrich Heine

Excelente, Bienvenido! primer artículo, que sigan muchos mas!

Suyo por el pilar de Pnath, Renzo