Uno de los más notables directores de cine y teatro de la historia se fue de este mundo el día de hoy: Ingmar Bergman. Prodigioso, innovador, perfeccionista, nació en Uppsala, Suecia en 1918.
Desde chico vivió un mundo repleto de fantasías, un arma que lo ayudó a escapar de ese entorno de represión dentro del cual fue criado. Estudió Arte y Literatura en la Universidad de Estocolmo, pero pronto volcó su interés en las tablas y posteriormente al cine. Poco a poco fue creando ese estilo que le hizo destacar por sobre muchos otros y le otorgaron el reconocimiento debido.
No hace falta ahondar demasiado en describir su genialidad, que ha quedado marcada en obras maestras de la pantalla grande: El séptimo sello, Persona, Fresas salvajes, Fanny y Alexander, El silencio, Gritos y susurros, entre muchas otras, películas imprescindibles para los cinéfilos y que nos muestran esa preocupación existencial que aqueja al hombre, el traspaso de los límites del pensamiento y el sentimiento y que con magistral calidad nos invitó a un paseo casi filosófico de lo que es la vida desde sus mayores problemas, hasta sus aspectos más mundanos.
Trabajó también en películas exclusivamente hechas para la televisión, y se retiró a vivir a la isla de Farö, donde realizó muchos trabajos. Es también esta actitud de soledad la que se refleja en sus filmes, la vulnerabilidad de la persona, su psicología, el a veces mal llamado mundo interior que no es más que el reflejo de todo lo que absorbemos por nuestras experiencias, la intuición y ese laberinto en el cual nos sumergimos por el simple hecho de existir.
Vencido ya su antiguo temor a la muerte, Bergman nos dejó, con una muerte apacible mientras dormía. Como el mismo dijo: ‘La muerte es un arreglo muy, muy acertado. Como una vela que se apaga. No hay mucho sobre que discutir.’
Desde chico vivió un mundo repleto de fantasías, un arma que lo ayudó a escapar de ese entorno de represión dentro del cual fue criado. Estudió Arte y Literatura en la Universidad de Estocolmo, pero pronto volcó su interés en las tablas y posteriormente al cine. Poco a poco fue creando ese estilo que le hizo destacar por sobre muchos otros y le otorgaron el reconocimiento debido.
No hace falta ahondar demasiado en describir su genialidad, que ha quedado marcada en obras maestras de la pantalla grande: El séptimo sello, Persona, Fresas salvajes, Fanny y Alexander, El silencio, Gritos y susurros, entre muchas otras, películas imprescindibles para los cinéfilos y que nos muestran esa preocupación existencial que aqueja al hombre, el traspaso de los límites del pensamiento y el sentimiento y que con magistral calidad nos invitó a un paseo casi filosófico de lo que es la vida desde sus mayores problemas, hasta sus aspectos más mundanos.
Trabajó también en películas exclusivamente hechas para la televisión, y se retiró a vivir a la isla de Farö, donde realizó muchos trabajos. Es también esta actitud de soledad la que se refleja en sus filmes, la vulnerabilidad de la persona, su psicología, el a veces mal llamado mundo interior que no es más que el reflejo de todo lo que absorbemos por nuestras experiencias, la intuición y ese laberinto en el cual nos sumergimos por el simple hecho de existir.
Vencido ya su antiguo temor a la muerte, Bergman nos dejó, con una muerte apacible mientras dormía. Como el mismo dijo: ‘La muerte es un arreglo muy, muy acertado. Como una vela que se apaga. No hay mucho sobre que discutir.’
Desde aquí nuestro humilde homenaje a un grande. Descanse en paz.
1 comentario:
Como el mismo escribiera en "Persona", "Es preferible el silencio, a una vida llena de insoportables gestos hipocritas", el silencio es la instrospeccion del alma y la paz; la muerte es eternamente silenciosa...
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