Hace un par de días, por fin he sido coaccionado a exiliarme, cual sobreviviente ultimo del Armagedón, ante el paraje desolador y terrible, me he visto en la necesidad, o caridad, de auto confinarme en las cuatro paredes de esta isla Santa Elena a la que eventualmente llamo hogar.
He sido impelido a tomar esta decisión, por agentes externos que atentan contra mi percepción de la belleza y mancillan con su sola presencia, cual devastador enjambre de langostas todo aquello que me es necesario para vivir, infectan mi mundo, creyéndolo suyo, mas desgraciadamente me es imposible restringirles su condición de partícipes de ambas realidades, pero es su inconciencia e indiscriminada estupidez, la que los llevara a su propia destrucción y mas tarde a la mía, como diría Einstein “Nada en el universo es infinito, excepto la estupidez humana” y son ellos la prueba empírica de esta preposición.
Salir a caminar por las frías calles, ah pasado de ser para mí, de una actividad que disfrutaba con nostalgia y embelezo, a significar ser liberado a un pandemonium de espinas, de arpías insidiosas y pérfidos demonios. Donde mis ojos miren hallaran la risa horrible del idiota, que se ha convertido en común denominador de cierta especie mayoritaria de Homo Incipiens.
Salgo de mi hogar, mi fortaleza a prueba de truhanes y esbirros, motivado solo por el frío invierno, que hace provisión de nostalgias en mi cuello, cuando lo muerde sin piedad con su gélidos colmillos. Mis cansados pasos recorren una, dos, tres cuadras y me ha sido suficiente para ver lo necesario; rostros horrendos, estéticamente ofensivos, la felonía, la informalidad y el vulgo son ingredientes del ambiente infecto, que son combinados, sin sapiencia, cual niño que juega con pociones para crear una odiosa realidad.
Seres que caminan como espectros, con preocupaciones, anhelos, temores y vidas por demás intrascendentes y vacías, que al igual que muertos vivos transitan por mi costado balbuceando onomatopeyas. Seres cuya lengua es la de las serpientes u orangutanes, algunos parlan una lengua disonante, hibrida producto de estas dos. La informalidad, la suciedad y las miasmas malsanas que como venenosas esporas polucionan el ambiente completan este desolador paisaje, que pinto cual mundo post-apocalíptico, pero que no es sino, tu realidad, nuestra realidad. Terrible.
Y me veo obligado así, a emprender el penoso viaje de retorno, huyendo, como quien huye de una masa de necrófagos, para no infectarse con su sarna. Y regreso a mi refugio, cual asceta que se recluye en las montañas, mientras la peste azota la comarca. Misantropía coercitiva, mi único camino, mi última elección y mi resistencia definitiva.
domingo, 10 de junio de 2007
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