Diecisiete sílabas
Un solo beso
Flotan en el mar
Como aves heridas
Sin voz y sin paz
Dos haikus que escribí en una clase aburrida. Tres minutos me tomaron escribirlos; una eternidad de sentimientos me tomaron comprenderlos. Un haiku: pocas palabras en un mundo de expresión. De lo mejor que me dejó la alejada sangre nipona, y la razón que me llevó a admirar a uno de los grandes poetas del siglo XX del Perú. Hablo de José Watanabe, hombre clave en mi camino a la espiritualidad poética, su obra posee la pureza tan vilipendiada por muchos y exagerada por otros.
La paz de sus versos me acompañó días, noches, pesados viajes y tristes momentos. Mi timidez se congració con la suya. De escribir un haiku a leer un haiku. De leer El haiku, a escribir un haiku. Muchos motivos para homenajear a un maestro que se fue hace casi tres meses ya, pero que amerita ser recordado por su aporte a la literatura e inspiración a tantos jóvenes como el que escribe.
Este es sólo un ejemplo de su obra:
El lenguado
Soy
lo gris contra lo gris, mi vida
depende de copiar incansablemente
el color de la arena,
pero ese truco sutil
que me permite comer y burlar enemigos
me ha deformado. He perdido la simetría
de los animales bellos, mis ojos
y mis narices
han virado hacia un mismo lado del rostro. Soy
un pequeño monstruo invisible
tendido siempre sobre el lecho del mar.
Las breves anchovetas que pasan a mi lado
creen que las devora
una agitación de arena
y los grandes depredadores me rozan sin percibir
mi miedo. El miedo circulará siempre en mi cuerpo
como otra sangre. Mi cuerpo no es mucho. Soy
una palada de órganos enterrados en la arena
y los bordes imperceptibles de mi carne
no están muy lejos.
A veces sueño que me expando
y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande
que los más grandes. Yo soy entonces
toda la arena, todo el vasto fondo marino.
Una vez leí un poema sobre sirenas y tritones. Sinceramente no vale la pena opinar. Prefiero el lenguado.
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